miércoles, 18 de noviembre de 2009

De lo que te pierdes

Imagen tomada del blog del Clarin No te vayas, estúpida

A mis diez años de edad, la tarde de junio de 1990 cuando subí al autobús de regreso a casa del colegio, nunca pensé que me sucedería algo tan extraño y que recuerdo tan claramente como si hubiera sido ayer. Después de 20 años, aun tengo grabados en mi memoria, los ojos del que estaba sentado a mi lado.

Ese día, al subir al inmenso ómnibus que recorre la Av. del Ejército, tuve la mala fortuna de ver que todos los asientos estaban ocupados; salvo aquel en el que se encontraba una rubia al pomo, de ojos grandes y celestes, facciones toscas y cuerpo de porte militar.

Inocentemente me senté a su lado, pegado a la ventana. Luego de diez minutos de viaje, y de estar totalmente distraído mirando al cielo, sentí su mano rozando mi rodilla. Resultó que ese peso era la mano de la señora rubia que estaba a mi lado, que después me di cuenta que no era “señora”, sino señor con una despeinada peluca lacia y lentes de contacto celeste.

En ese momento, el ómnibus pasó por un fuerte bache que hizo saltar a todos, especialmente a nosotros que estabamos sentados sobre las ruedas del carro, momento que aprovechó él, para poner su mano encima de mi pierna.

Mi primera reacción fue sacar su mano rápidamente con un movimiento brusco, con su respectivo ¡carajo! de por medio, a lo que él me respondió, moviendo sus pestañas postizas con un: ¡de lo que te pierdes!… luego se levantó y se fue. Quedé pasmado, asustado y avergonzado, esperando que nadie del ómnibus se haya dado cuenta.

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